Mirando
a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios.
Juan 1:36.
Cuando Juan anunció la primera vez que Cristo era
el Cordero de Dios, agregó: “Que quita el pecado del mundo”, subrayando de esta
manera su obra redentora.
Sin embargo,
cuando lo hizo la segunda vez, dijo sencillamente: ―”He aquí el Cordero de Dios”.
El énfasis no está tanto sobre la obra sino sobre la persona.
El aprecio verdadero a una persona existe por lo
que la persona es. Llegamos a amarle por lo que es, más que por lo que ha
hecho. Así debe ser también nuestro aprecio por el Señor.
Damos gracias
al Señor por sus dones, pero lo alabamos por su persona.
“Cristo en la
cruz produce en nosotros asombrada gratitud; Cristo en el trono atrae nuestra
alabanza. Contemplamos lo que ha hecho y quedamos profundamente agradecidos; le
contemplamos a Él y le adoramos”.